viernes, 25 de marzo de 2011

Huyen de Japón Madres Latinas


Ella se aleja del peligro con los niños y él se queda trabajando; es un esquema que se repite estos días en el norte de Japón, donde miles de familias han decidido dividirse para afrontar la amenaza nuclear.

Se trata de un fenómeno común en los matrimonios japoneses, pero incide aún más en las parejas mixtas, sobre todo cuando el esposo es japonés y la mujer extranjera.

"Me voy dos meses con mis hijos a Bogotá porque estoy muy asustada. No tengo billete de regreso, así que no sé si voy a permanecer fuera un mes o un año.

Hasta que no se solucione lo de la central, no regreso", dice la colombiana Gladys Yoshida, profesora de español en la Universidad de Iwate y residente en Morioka, a unos 220 kilómetros al norte de las instalaciones nucleares de Fukushima.

En general, la amenaza nuclear ha alarmado más a la comunidad inmigrante y a los extranjeros que a los propios japoneses.

Quizá porque muchos de quienes viven y trabajan en Japón se siguen informado con los medios de comunicación de sus países de origen, o quizá porque perciben amplificada la alarma al hablar con sus familiares por teléfono.

Sea como sea, muchos de quienes pueden permitírselo se marchan.

"Es una decisión personal irse de Japón o no, pero creo que si realmente fuera peligroso, los primeros en saberlo seríamos los japoneses", explicó a REFORMA Osamu Kaneda, director de una ONG que trabaja con inmigrantes en la región de Iwate.

"Para los extranjeros que se marchan se está haciendo un trámite especial, con la idea de que no les sea difícil conseguir los papeles para regresar después, cuando pase la crisis".

En los últimos días muchos inmigrantes han abandonado el país, aunque la mayoría, sobre todo aquellos que provienen de otros países asiáticos, permanecen en Japón para no perder su trabajo, ni sus papeles.

Sólo 1.7 por ciento de los residentes en el país proceden de fuera, la mayoría de otras naciones asiáticas o descendientes de japoneses que emigraron hace décadas a Brasil o Perú.

La comunidad inmigrante es la más pequeña de entre los países desarrollados y no por falta de oportunidades laborales, sino porque Tokio mantiene una de las leyes más restrictivas del mundo frente a la inmigración.

La mexicana Karla Uribe, procedente de Hidalgo y quien trabaja en una guardería, también ha decidido marcharse a su país durante dos meses, aunque se lamenta de que perderá mucho dinero: dos meses de salario y unos 2 mil 300 dólares del billete de vuelta.

"La razón más importante para irme es que estoy muy cerca de la zona del desastre. Creo que soy de más ayuda si paso los próximos días fuera, porque así no consumo nada en un momento en el que hay escasez de energía ni alimentos. Además, mi familia está muy preocupada y me ha presionado".

Karla se queja de que la Embajada no hizo todo lo necesario para ayudarla: "Pagan el boleto de ida, pero no el de vuelta. Me he sentido maltratada".

No es una tendencia privativa de los extranjeros. La japonesa Akahana también ha dejado a su esposo en Tokio y se está quedando en un hotel en Hiroshima con su niño de 9 años.

"Siento estar separada, pero creo que es lo mejor para nuestros hijos. Estoy preocupada sobre todo por ellos, por la radiación. Mis padres también están muy asustados".

'Quiero despedirme de mis hijos'

Más angustiada se muestra la peruana Elisabeth Arihara, de 53 años, quien ha decidido volar a Los Ángeles para ver a sus hijos.

"Mi marido dice que no pasa nada, que se solucionará, pero yo temo por la radiación, por otro terremoto u otro tsunami. Llevo 22 años en Japón y tengo mi vida hecha aquí, así que volveré en tres semanas para estar con los míos si pasa algo. Pero antes quiero despedirme de mis hijos, por si no vuelvo a verlos nunca más".

Arihara se desplazó en autobús hasta una de las zonas afectadas para comprobar si su cuñado estaba todavía vivo.
FUENTE